No puedo levantar la hipoteca, vamos a perder la casa, repetía Papá. Estaba borracho y lloraba como un niño sentado en la hamaca del patio. Yo había ido hasta donde estaba y él me había sujetado entre las piernas y el pecho. Sentía su respiración agitada: pequeñas parálisis y luego bocanadas de aire mezclado con agua.
En primavera, los patios de Provincetown se llenan de jazmines; en el nuestro acababan de florecer los que mamá había sembrado al comenzar el año. Podía ver una cascada de flores blancas sobre la pared por el hueco que se abría entre las rodillas de papá. Qué vamos a decirle a tu madre, escuché que dijo y cerré los ojos. Pensé en el cambio de estaciones, en los padres fundadores, en el mío, en las flores, en los banqueros, en mamá y sentí mucha tristeza por todos.
3 comentarios:
Que lindo volver a leerte por acá amiga! Me alegro de estas ganas renovadas!
(ese lo leí antes, no?)
holaaaaa! tanto tiempo, se te extraña. y bello relato que ahce recordar lo que se ve en la cordoba de hoy, semidestruida por los heroes del desarrollismo
seba por suerte nos quedan las flores!
gracias muchachos! nos estamos viendo seguidito por acá, bue o más o menos seguido =)
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